jueves, 15 de mayo de 2008

Día del maestro

Para firmar la renuncia a mi último trabajo tuve que ir a la oficina de recursos humanos. La administradora estaba atendiendo a una señora mayor antes que yo, así que me senté a esperar. “Sólo esperamos a que me llamen para que me den la respuesta definitiva y si me dan permiso ahorita mismo se puede ir a su casa, ya no tiene que ir a trabajar”, dijo la administradora; la señora sonrío tímidamente, los ojos se le hicieron agua y volteó a ver a su hija que estaba de pie a su lado; “mi mamá siempre decía que ojalá le dijeran con tiempo para prepararse y despedirse de todos”, dijo la hija. La señora se iba a jubilar después de 30 años de servicio al gobierno del estado.

En ese momento me percaté que la señora era la encargada de cuidar la galería de la casa de la cultura; siempre que iba a reportear al lugar me recibía con una sonrisa y hasta me explicaba de qué se trataba la exposición. Ella también me reconoció, me preguntó que qué hacía, sentí feo decirle que iba a renunciar, pero le dije y le agregué que sólo tenía seis meses trabajando ahí. Ella sólo sonrío de nuevo, como quien observa a un viajero que apenas empaca cuando ella ya regresó del gran viaje. ¡30 años en un mismo lugar haciendo lo mismo! En cuatro años de vida laboral formal yo llevaba ya cuatro trabajos.

A pesar de que me gustaban mis trabajos, muchas veces sentía que un día más de rutina podía matarme. Siempre me han parecido increíble esos casos que he conocido: 50 años tomando fotos, 40 años escribiendo una columna, 30 años contando el dinero de otros; me parece admirable la pasión o la disciplina, o ambas, pero también incomprensible cuáles son los mecanismos que llevan a una persona a levantarse cada día y asistir al mismo trabajo durante toda su vida. Marx diría que porque están enajenados por el sistema capitalista, pero no le crean todo.


Lyotard tiene razón, los grandes relatos han acabado. Quizá porque el respeto, compromiso y disciplina, cuidar el trabajo como algo sagrado, son valores que estos tiempos postmodernos han alejado de las nuevas generaciones de jóvenes que cada vez tardan más en encontrar o en querer encontrar un trabajo formal y que al tenerlo se vuelve sólo algo momentaneo, un tránsito siempre hacia algo más, no una razón de vida como lo fue para nuestros padres y abuelos.

A mi papá le faltan tres años para jubilarse de profesor, a mi mamá unos cinco. Los he escuchado quejarse del sistema, de los jefes, de algunos colegas, de los problemas que no pueden resolver, de la carga administrativa (de lo que todo mundo se queja en un trabajo), pero nunca de estar frente a un grupo. La profesión es especial porque se trabaja con personas, porque se influye en ellas, porque se cambia de manera real al menos un poco de al menos una vida (mucho más de lo que muchos teóricos podrían asegurar o tener el privilegio de ver sobre su trabajo).

Cambiar el mundo en pequeño, en secreto, desde un aula es mucho más humilde y discreto que querer cambiar al mundo en gigante, con nombre en los medios o en la historia misma, pero quizá más tangible, emotivo y real. Como periodista creía que podía ejercer alguna influencia en mi realidad, en denunciar problemas y cambiar sociedades; al trabajar como maestra me di cuenta que a veces una clase, una lectura bien elegida, una palabra o un gesto pueden hacer más por seres con nombre, rostro e historia que tengo frente a mí y que también me influyen que todos los artículos que pueda escribir a un indefinido lector al que quizá nunca conozca. Sólo he sido profesora seis meses y por ello reconozco que hace falta mucho para que alguien pueda ser llamado maestro, pero llegar a serlo ofrece tantas satisfacciones que puede hacer olvidar la terrible rutina. Felicidades a todos los maestros.


3 comentarios:

Carlos Mal dijo...

Me da risa que a mí no me felicitabas porque no soy maestro, sino "Profesor asistente graduado". Llevo 5 años como eso; a ver si hacen un "día del pofesor cuyo título es diferente a maestro".

Unknown dijo...

que buen post

María dijo...

la perseverancia es algo que, el tiempo actual, se está acabando, se va junto con la disciplina, o será que los jóvenes estamos condenados a no encontrar satisfacción en la manera sencilla y humilde de vivir y en cambio tendemos a complicarnos demasiado la existencia? Quién sabe...


Por otro lado, el magisterio es una mafia asquerosa, como todas las mafias, pero dentro de él está el señor que me enseñó a leer y a escribir y una señora que me enseñó a vivir. Felicidades a ellos y a los enamorados de las aulas y apasionados con enseñar!