lunes, 9 de mayo de 2011

del 10 de mayo y otros sujetos

Cuando alguien se enoja, las “malas” palabras de su idioma afloran con fuerza, algo así decía Octavio Paz en su Laberinto. Uno puede hacer arte con sus sentimientos, pero ¿qué hacer cuando no bastan las palabras más bellas ni la amplia gama de colores en el universo? Una opción, la que eligieron el domingo 8 de mayo miles de mexicanos, es simplemente gritar con toda la fuerza de la indignación: “¡Estamos hasta la madre!”.
Por años, maldecir y reproducir maldiciones estuvo prohibido en los medios de comunicación nacionales. Poco a poco, el público se acostumbró a las maldiciones en los programas de comedia y en las caricaturas de prensa. El humor justificaba la palabra “mala”. Ayer no hubo humor en el Zócalo. Miles de mexicanos llegaron desde todos los extremos al centro simbólico del país para realizar una terapia colectiva y compartir una esperanza agonizante. Para exigir paz y alto a la violencia, cuatro palabras resonaron frente a Palacio Nacional: “¡Estamos hasta la madre!”.
Después de los discursos y el rosario de testimonios de dolor e impotencia, después de la peregrinación de tres días y la memoria lacerante, esas miles de voces callaron cinco minutos y en el silencio flotó sólo el resonar de las campanas de la catedral y la música prehispánica para turistas. Estamos en México, decían los sonidos, y estamos hasta la madre, decía el silencio vestido de blanco.
¿Qué puede hacer un poeta si ya no puede escribir “buenas” palabras? A Javier Sicilia le arrebataron un hijo y él entonces arrebató una frase del listado de maldiciones populares mexicanas. ¿Qué más escribir cuando la belleza se baña de sangre? “¡Estamos hasta la madre!” fue un sólo estruendo de quienes no olvidan, la frase que es de todos y de nadie, ¿quién es el autor? No importa. La frase apareció en carteles y camisetas. El nuevo mantra hizo eco en los edificios coloniales y los restos de imperio azteca aplastado.
El 8 de mayo, la plaza central del país fue tomada como fue tomado el lenguaje. Nadie pidió permiso porque la muerte tampoco lo hizo. Y entre todas las palabras que pudieron elegirse, se eligió una frase sin traducción y que, sin embargo, no requiere sinónimos ni complementos para ser la más fiel representante del dolor del país que la origina mientras la grita con la fuerza que aún queda: “¡Estamos hasta la madre!”. Y la ironía inevitable estuvo en las voces de tantas madres hoy sin hijos que lo gritaron.

1 comentario:

Carlos Mal dijo...

En el futuro podremos agradecerle a los que no se conforman con callarse el hecho de que uno puede decir lo que uno quiera en cualquier medio. Se empieza con algo pueril, como poder decir "estamos hasta la madre", pero se puede continuar hasta poder firmar un artículo sobre narcotráfico con el nombre verdadero y no con un lamentable y tímido "redacción".

Muy elocuente texto, felicidades.